Educación chilena: la mejor de Latinoamérica, pero aún muy lejos del Primer Mundo

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Por Daniel Ríos

Desde inicios de 1990, durante el primer gobierno de la Concertación del presidente Patricio Aylwin, Chile, en distintas materias, principalmente en educación, comenzó a realizar una serie de inversiones en políticas públicas, que buscaban dos grandes propósitos: mejorar la calidad y la equidad.

En el primer caso, se había constatado que en la prueba SIMCE de 1988 había una diferencia de alrededor de 25 puntos entre los estudiantes de colegios municipales o subvencionados y los alumnos de escuelas privadas. Esta constatación sirvió de base para todas las políticas públicas posteriores de mejora de la calidad.

En ese sentido se inició el Programa de las 900 Escuelas (P900), que buscó mejorar establecimientos de bajo rendimiento en Matemática y Lenguaje. Además hubo programas de mejoramiento vincula a Básica, como el MECE-Básica, y su par para la secundaria, el MECE-Media.

A esto se sumaron inversiones en infraestructura, equipamiento, material didáctico y formación continua de los profesores. Miles de ellos salieron al extranjero a mirar otras realidades escolares, sobre todo en aquellos países que ofrecen buena educación -Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, España- con el fin de mirar in situ aquellos procesos educativos y pedagógicos que redundan en buenos resultados de aprendizaje de los estudiantes.

Otra iniciativa fue el proyecto Montegrande, donde cada colegio tenía un promedio de un millón de dólares para mejorar los procesos educativo, infraestructura, equipamiento, recursos didácticos y tecnológicos.

En ese contexto, después de 25 años, uno podría preguntarse si ha cambiado algo la educación chilena. ¿Podemos decir que es de calidad?.

"Si la escuela chilena es buena o mala, y si los procesos educativos tienen logros importantes en los procesos de aprendizaje de sus estudiantes, hay que cuestionarse el concepto de calidad. A fines de los 80 y principios de los 90 estaba restringido a dos áreas curriculares de Básica: lenguaje y matemática. Con el paso de los años, se ha ampliado la evaluación hacia otra área curriculares, como ciencias naturales, ciencias sociales, educación física, inglés y el uso de TIC.

Si usamos como referencias pruebas como el TIMMS, PISA o incluso la prueba SIMCE, donde se oberva la segmentación en términos de resultado, Chile está por debajo del promedio de la OCDE y uno podría pensar que la educación chilena no está a la altura de los países desarrollados. La pregunta es si ese es el grupo de comparación que queremos tener.

Otros plantean que la educación chilena es de calidad, porque en el ámbito latinoamericano se pueden observar resultados en ese sentido. En la última prueba TERCE de 2015, aplicado a 67.000 en 15 países del continente, en pruebas de lectura, escritura, matemática y ciencias para tercero y sexto grado, Chile ocupa el primer lugar en todas ellas. Si usamos este resultado, podríamos decir que la educación chilena es de buena calidad.

Por lo tanto, el tema de calidad es discutible y complejo. Es probable que la realidad esté entre ambas pruebas. En definitiva, no nos podemos conformar con los resultados que tenemos hoy en día. Creo que el desafío es acercarse al promedio OCDE en los próximos años.

Otro tema de debate es la equidad. Tenemos un sistema claramente segmentado -podríamos decir que una escuela para pobres, otra para clase media y una tercera para ricos- y la evidencia empírica -nacional e internacional- señala como primer factor de rendimiento el nivel socioeconómico. A mayor ingreso, la probabilidad de tener éxito en matemática y lenguaje es mayor.

¿Tenemos aún un sistema tan inequitativo como hace 25 años atrás o hemos mejorado? Creo que el desafío es seguir avanzando en mayor equidad, tanto en procesos como resultados.

El desafío permanente es la contribución a la mejora de los procesos educativos, que redunde en mejores aprendizajes de los estudiantes, y no sólo en aquellas áreas evaluadas en estas pruebas estandarizadas, nacionales e internacionales, sino también rescatando el sentido último de la educación, que es la formación integral del ser humano.

Ésta no sólo da cuenta del desarrollo de habilidades cognitivas vinculadas a un conocimiento que es cada vez más sofisticado, necesario para participar en una sociedad de alta complejidad, sino de la formación valórica, actitudinal y ciudadana, para que las personas puedan participar de forma solidaria y colaborativa en una sociedad que requiere un mayor esfuerzo para mejorar no sólo los aspectos educativos, sino todos aquellos que son parte de la comunidad nacional.